Soy Santiago Flor Caravia, sacerdote misionero, nacido el tercero entre ocho hermanos, en Quito el 7 de marzo de 1973. Crecí en una familia cristiana en el barrio de La Vicentina en la capital ecuatoriana.
El libro está dedicado a mis padres, Néstor Flor García y María del Amparo Caravia, quienes me transmitieron, junto con muchos valores humanos, el amor a Dios sobre todas las cosas.
Haciendo caso omiso de dichas enseñanzas, desde temprana edad busqué llenar mi vacío interno con todo lo que el mundo ofrece hundiéndome tantas veces en el fango del pecado y en el sin sentido de la vida.
Gracias a Dios, desde los trece años, he recorrido un itinerario de fe con una comunidad neocatecumenal, donde he podido experimentar el amor de Dios que no solo me ha perdonado muchos y graves pecados, sino que incluso me ha regalado una vocación maravillosa.
A los 18 años, dejando en casa la medalla de oro ganada en el campeonato nacional de Judo, las novelas de Agatha Christie y los textos del segundo semestre de la facultad de Economía de la Universidad Católica de Quito, partí al Japón donde, junto con compañeros de distintos países del mundo, recibimos una formación filosófica y teológica de primer nivel en el Seminario Misionero "Redemptoris Mater" de la entonces Diócesis de Takamatsu. Monseñor Joseph Fukahori, de santa memoria, me impuso las manos hace 25 años, el 28 de mayo del Año Jubileo 2000. Después de servir en diversas parroquias de la Diócesis de Oita en el sur del Japón fui enviado en el año 2004 a la isla de Guam como encargado de la pastoral japonesa.
Hace un poco más de 10 años, el 6 de marzo de 2015, el Papa Francisco me envió junto con un grupo de misioneros laicos a evangelizar las zonas de la Arquidiócesis de Osaka, donde la presencia de la Iglesia es mínima, en una de las "Missio ad Gentes" que el Camino Neocatecumenal lleva adelante en ya tantas partes del mundo.
Desde entonces he sido testigo de la obra de Dios que llama a los hombres y mujeres a la fe. Algunos de ellos se preparan actualmente para recibir, como adultos, el Sacramento del Bautismo. Como comunidad cristiana en tierra de misión, estamos agradecidos a Dios por las maravillas que obra en medio de nosotros y a todos los que, con oraciones y donaciones, colaboran siempre con la Evangelización.
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